martes, 13 de marzo de 2012

"PUERTO ESPERANZA"



     La noche acechaba con su implacable oscuridad y alrededor sólo la inmensidad del océano nos acompañaba. Nuestra nave, "La Invencible", surcaba las aguas como un insignificante grano de arroz en la mano de un gigante. La inmovibilidad del capitán, perdido en los recuerdos de aquellos besos eternos de los ojos más brujos, transmitían a toda su tripulación la desazón por la melancolía de ese paraíso que jamás volvería a ser pisado.

     El trapo de la bandera, desvencijado por el viento, recordaba la batalla librada. Aún nadie sabe a ciencia cierta si fue aquella una guerra ganada o perdida, aunque todos recorrían sus dedos por las cicatrices de la piel que los acompañarán el resto de sus vidas... y en aquel silencio aún resonaban quedamente el percutir de los disparos y los estallidos de los cañones.

     El teniente, dividido entre el deseo de irrumpir en los pensamientos del capitán y el cacheo incesante de las miradas dubitativas de sus marineros, rebuscaba entre los bolsillos de su casaca el valor suficiente para enjugarse las lágrimas del alma, tragar saliva y poner rumbo a puerto seguro. La batalla era en ese momento una quimera, aunque jamás le volverían la cara a los envites que el destino les deparase, pues guerreros eran... y no sabían más que guerrear. En ese momento, un golpe de cordura lo trasladó a la proposición de un destino donde guarecerse: Puerto Soledad, donde en más ocasiones dieron encuentro a las musas.

     Fue entonces, cuando la voz ruda del capitán le requirió maniobra; "teniente, rumbo a puerto". Sorprendido por la coincidencia de pensamientos, no dudó en proponer ante las expresiones de sorpresa en los rostros de toda la tripulación "¿Soledad...?" El esbozo de una media sonrisa en la boca del capitán, se pudo vislumbrar en la penumbra somnolienta del atardecer, mientras contrarió al segundo de a bordo: "No. Puerto Esperanza".

     Todos miraron al horizonte, esperando la implacable victoria del amanecer que llegaría tras aquella madrugada. Recordaron su juramento el día que subieron al casco de "La Invencible" y recordaron que sus corazones jamás encontrarían la derrota más que cuando dejasen de luchar.

     Así quedó una nave, a la deriva en el océano, con una tripulación que no tenía nada más que la Esperanza puesta en la certeza de que tras la madrugada, siempre llega el alba.